Tan temprano como pude salí sin rumbo claro, mirando lentamente a la cuidad comenzar el penúltimo día de su año, caminé por calles ya recorridas, por lugares ya visitados. Llegué hasta la puerta de su casa, lo vi alistándose para salir. Como si una fuerza externa me manipulara los músculos, entré con total seguridad. Cuando me vio la reacción fue la que menos esperé. Un abrazo tan apretado como el nudo que llevaba en mi garganta, un beso almacenado precisamente para la ocasión, una charla prescisa pero aclaradora. Horas más tarde volví a recorrer las calles que durantes años aplanamos juntos, pero esta vez sola, alejada de todos los miedos y preguntas sin resolver, y ahora llena en cada tramo vacío que pudiese haber quedado. Las noches largas al fin terminaban, las esperas, el dolor, el celo de esos días tan míos que ya no lo serían más. Pero tranquila, resuelta, al fin completa y con la frente en alto, como me enseñó, como debía ser.
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