Hay cosas que no cambiarán, aunque se pinten de blanco, pero está la magia del tiempo, de la madures, la resilencia, que ayudan a entender que perdonándose a si mismo se puede dar vuelta la página y comenzar una nueva.
Veintiocho
Hay cosas que no cambiarán, aunque se pinten de blanco, pero está la magia del tiempo, de la madures, la resilencia, que ayudan a entender que perdonándose a si mismo se puede dar vuelta la página y comenzar una nueva.
Veintisiete
-Haz tenido mucho que aguantar, yo no dejaría que me mintieran así
-Mmm sí
-Te inseguriza
-Sí
-Te roba espacio
-Sí
-Se está interponiendo
-No
-No?
-Yo lo estoy haciendo
-Tú?
-Bueno, no yo
-Ah?
-Que no yo
Su rostro cambiaba rápidamente, quizá expresaba sus pensamientos y por eso disfruté el momento y esperé terminar mi frase. Creo que ambos estábamos empatizando la situación, muchas explicaciones serían absurdas, y al final sabíamos que esto para mi ya no tenía intenciones racionales. Finalmente quebró nuestras idas y vueltas y dijo:
-No ella, no tú, entonces?
No lo miré, no me moví, no pensé que pasaría si estuviese en la razón, ni imaginé nada con respecto a lágrimas de cocodrilo. La noche parecía envolvernos silenciosa y congelarnos, incluso hacernos olvidar que estábamos conmemorando algo. Simplemente seguí mirando al frente, al mar, a la única catarsis que tengo efectiva (y afectiva) y lancé casí inaudible la última frase antes de que el silencio se instalara entre nosotros.
-Es la distancia la que se 'les' interpone.
Veintiseis
Después de varios minutos, unas cuantas charlas fútiles y varias copas, decidí subir al segundo piso.
La noche estaba considerablemente tibia, por lo que me senté en el balcón a observar las luces de la ciudad.
-Estás callada pero tienes un 'su que' en los ojos
-Cuanto llevas ahí?
-Lo necesario para atreverme a hablarte
-Uy! Aún te asusto?
-Sabes a lo que me refiero
-Hace varios meses que no te atrevías...
-Tu más encima no me lo haces nada fácil
Un silencio se instaló dejándonos separados por una muralla de recuerdos y culpas añejas.
-Qué vas a hacer si te aceptan?
-Haré lo que deba hacer
-Son siete años
-Definiendo el resto de mi vida. Hasta suena poco
-Ese discurcillo habría funcionado hace un par de años. Pero ahora? Con todo lo que has logrado. No solo mi hermano te conocía bien. Varios aprendimos a leer tus ojos. Mírate!
-Qué diferencia podría...?
-Considéralo
-Considerar qué? Qué todo podría irse a la mierda de nuevo?
-Considera que nunca habías tenido esa sonrisa. Qué nunca te habíamos visto tan contenta. Que nunca habías dejado el juego.
Bajó el tono de voz y se esfumó escaleras abajo. Nunca me giré para verle el rostro, pero recordaba sus expresiones cuando quería hacerme ver que estaba equivocada.
Lo oí hablando con Isha y pensé por primera vez en lo único que me ataba a este país.
Tomar el camino fácil era quedarme. Pero me aterraba la posibilidad de perderlo todo... Una vez más...
ser o no·ser
Mención Honrosa
Después, todo se complicó, los deberes, las prisas, la escalada profesional, los compromisos y el miedo. Nos fuimos recubriendo de éxitos y fracasos, de historias y perdimos esa simplicidad original, ese no esperar nada, ni temer, sino que vivir con los otros, sin ser más ni menos que nadie, cuando no importaba si éramos ricos o pobres, sino que la aventura que cada día compartíamos.
Cuando aún nos sorprendía el canto de los pájaros, o la luna llena, o el infinito del cielo estrellado y la ropa simple y cómoda bastaba pues constituía un medio y no un fin. Y los amigos tenían nombre o sobrenombres, pero no profesiones, ni status, simplemente era otro ser humano con quien compartir los juegos y sueños y confidencias, sin importar de dónde venía o el trabajo de los papás.
Ese tiempo en que tomamos un camino inspirados por la necesidad de expresar nuestros dones y de servir, sin muchos cálculos, sólo porque sentíamos que por allí seríamos felices. En ese tiempo fuimos de verdad y en alguna parte de nuestro corazón vive todavía aquel ser puro que nos mira desde el pasado pidiendo ser escuchado pues tiene la clave de todo lo que buscamos desesperadamente: vivir despiertos, plenos y felices.
Nos hemos contado el cuento de que si nos esforzamos mucho y vivimos esta vida llena de ruido y actividad frenética, algún día se nos darán las condiciones que necesitamos para vivir realizados en lo que anhelamos Ser.
Pero estamos equivocados, lo único que logramos es llenarnos de más y más adrenalina, adictos a la sobreactividad, a las llamadas perdidas en los celulares, a los compromisos, a las exigencias de parecer cada vez más jovenes, a las máscaras con que nos recubrimos para parecer seguros y ganadores.
En el camino perdemos el corazón, la capacidad de amar, de sentir, de vibrar, de sorprendernos, de ver al otro y ser solidarios, no por deber, sino porque lo sentimos en nosotros, porque su dolor y dificultad es también la nuestra. Se nos ve la mirada cansada, los ojos sin luz.
Alguna vez para las generaciones adultas de hoy la vida fue encantada, después nos tragamos el discurso que ésta era una batalla en que los demás eran potenciales enemigos, o competidores a quienes había que ganar, que no era posible ser feliz sin tener más y más dinero, que la felicidad dependía de la marca de los autos o de los viajes o del barrio en que vivimos...
Así, embarcándonos en vidas no deseadas, perdimos el camino a la simple humanidad a quien le basta una tarde compartida, el paseo por una plaza, un trabajo al cual se le vea el sentido, naturalidad y sensibilidad para ver la belleza en todos los seres, tiempos para la propia creatividad.
A ese joven o a esa niña que nos mira desde el pasado hay que darle tiempo, pues tiene la clave de lo que de verdad anhelamos. Cerremos los ojos, o fijemos la vista y traigamos al corazón la intención pura con que comenzamos a buscar caminos en la vida, allí podemos encontrar una clave para retornar a nuestro Ser.
14 agosto 2004
Recuerdos Inconclusos
Tercera vez
Sus ojos comenzaron a cerrarse mientras el jazz, blues, bossa, hip hop, y otros ritmos se mezclaban con los treinta y tantos grados de calor que sentía cada vez más impregnados a su piel. Se sentía segura de ese espacio, de esa cama que la acogía como a una niña asustada, de esos rostros, de ‘ese’ rostro que a veces se quedaba mirando por largo rato. Sentía el calor de sus manos acercarse y hacer percusiones en sus hombros, y le sonreía dulcemente con los ojos cerrados. El tiempo pasó lento, demasiado para su gusto, pero entendió que allí no había mentiras, que ahí nada la alcanzaba.
Anheló esos abrazos que un verano le robaron lo poco que quedaba de ella, y coqueteó con los recuerdos hasta que comprendió que no volverían de improviso, y que si intentaba recuperarlos y encerrarlos sólo para ella, le costarían demasiado caro. Asi que se quedo dormida sin remordimientos, de bruces al colchón, volviendo a sentir esa ausencia.. por tercera vez..