La última hora, esa era yo, como siempre. Entré sin mirarlo a la cara. Me senté sin decír palabra alguna, me puse la toalla y acomodé la luz. Cuando me dí cuenta que Blanquita salía de la sala, lo miré buscando sus ojos. Sólo entonces me percaté que algo no andaba bien. No sólo había omitido el saludo, sino que cualquier otro tipo de contacto. Cruzado de brazos, con las manos escondidas bajo estos, miraba hacía afuera. Tenía los ojos hinchados, no se había afeitado, lucía horrendo. Mi aspecto similar terminaba la postal del horror-insomne. Pasaron varios minutos silenciosamente, hasta que me miró fijo y dijo; -"La Cata se fué" Tan sólo esa frase logró articular antes de dejar caer unas lágrimas huérfanas al mismo tiempo que desviaba la mirada hacia el ventanal. Por reflejo hice lo mismo. Afuera, las ramas del gran arbol ululaban gráciles con el viento. Traté con toda mis fuerzas deshacer el nudo doloroso y creciente de mi garganta, que arremetía con hacerme reaccionar 'explosivamente'. Quería decirle que ahora tendría que lidiar con el valor de lo perdido, pero me era imposible, no sólo por el nudo, sino también porque mi estado era casi el mismo. No había nada que hacer, nada que decír. Se acercó haciendo rodar la silla y tomó mi mano. Tiritaba, estaba frío, y no había parado de llorar. Le pedí que no trabajara más y nos fuéramos a tomar un café. Asintió en completo silencio y con suma calma, tomó sus cosas, se despedió de la asistente y se dirigió al estacionamiento. Yo, detrás, le seguía callada. El día se acababa, el sol desaparecía, y el ambiente se enfriaba rápido. Estoy segura que tan rápido como, un día antes, se nos había enfriado el corazón.
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