Las frases fueron sencillas y claras. Necesitaba una de esas charlas mirando el techo, riendo, llorando, o incluso, por raro que parezca, en total silencio. La carga de sensaciones que sólo él podría entender era demasiado grande para poder conciliar el sueño. Pero su respuesta fue la que siempre da quien no logra ver más allá de su propia nariz.
Colgué, lloré un rato frente a la ventana, me lavé la cara, me acosté, y decidí ser yo la que abandona esta vez.
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