Quisiera llorar justo ahora, pero la verdad, dejé de hacerlo hace rato, o simplemente ya no duermo en la cama que me hacía descolgarme del peso que llevo dentro y dejaba fluir mis lágrimas como las risas que sucedieron en esa mínima habitación invernal. Ahora entiendo tantas frases clichés, eso del tiempo, la paciencia y cuanta calamidad decían, me parece mucho más coherente. Y entre la claridad, aparecen los desenfrenados deseos de mirarte, hablarte, sentirte cerca, pero creo que ahora no es nada parecido a lo que alguna vez odiaste. No hay celos, no hay tanto dolor, si no más bien, una melancolía arraigada a mis sesos. Desearía tener una charla sincera, madura, clara, agradable, de esas que tanto echo de menos, de esas que parecían no tener fin a las tantas de la mañana dejando un par de orejas casi insencibles. Es cierto, te extraño cada día, pero así también es cada día de una forma diferente, cada vez más y más alejada de lo que alguna vez pensé nunca se iría de mi. Soltar le llaman algunos, olvidar otros, para mi es tiempo, consuelo, paciencia, es la vida dándome la oportunidad de crecer. Lamento muchas cosas, deseo varias otras, pero siempre llego a lo mismo; te extraño, claro que ahora no con la necesidad ferrea de la pertenencia sicótica, ahora es una necesidad nostálgica, adoradora, de esas que sólo puedes lograr en la soledad de una cama, llorando y hablando contigo mismo sobre cuántos errores quisieras no haber cometido, y sin pedir disculpas, simplemente dejando que el tiempo pase, las hojas caigan y crujan sólo para mi y ésta enorme necesidad de un abrazo se vaya alejando cada día más y más, hasta que por fin deje de buscarte y un día por arte de magia de mi querido tiempo te encuentre.
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