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Cada uno posee el máximo de memoria para lo que le interesa y el mínimo para lo que no le interesa..

Espera(nza)



Un millón de frases corretiaron mis pensamientos toda la noche. Pensé en todo lo que me he perdido por estar 'aquí'. Las oportunidades, los viajes, la universidad. O esas cosas intangibles de mi mundo, de mi espacio, de mi libertad. Sentí que mi seudo estabilidad se estaba desmoronando a pedazos nanométricos, imposibles de reorganizar, reconstruir, reavivar. Que si corría sola quedaría sin nada, sin futuro. Miré por la ventana el cielo abierto, la cuidad despejada, la cordillera nevada después de la lluvia. Extraña postal a estas alturas del año. Me evocó días de felicidad pueril, de tiempo sin tiempo. Una ráfaga de viento se coló por la ventana que dejé entre abierta y erizó cada segmento de mi piel desnuda. Volvió ese pensamiento, ese sentír que me molesta desde hace meses. Aquello que me mantiene frente a esa entrada, que me atrae, me envuelve, me excita, pero al mismo tiempo me hace retroceder, dudar, temer, huír. Traté de pensar en cosas triviales que me despejaran la cabeza, pero sólo conseguí que se retorcieran las mariposas envenenadas de mi barriga. Caminé a la cama y tomé un par de fotografías. Sin lograr inspiración me senté en el piso mientras escuchaba la cuidad despertar. Me quedé ahí, proponiendo un calmante para mi psiquis. Jugué a olvidar el olor que percibo o busco a cada momento. A esos segundos etéreos que deseo alargar eternamente. Esas sonrisas, esos gestos, esas frases únicas. Esos insesantes signos de niñez que tanto adoro. Anhelé poder borrar todo el sentír que llevo. Ese que se adhiere día a día un poco más. Ese que recorre por mi sangre desde antes de aceptarlo. Ese que cada vez que escucho su voz me hace cosquillas en la memoria. Sentí la disyuntiva arremeter mi cordura, o la poca que me quedaba. Sin sedantes lancé la idea de golpe a mi consciente; Basta! Como si un gélido hálito emergiera bajo mis pies y congelara cada músculo de mi cuerpo, quedé petrificada. Sólo entonces supe cual era la única vía que quedaba. Ya ningún cronómetro jugaba a mi favor, ni tampoco en contra. Caminaba hace mucho, silenciosamente, en círculos sin tiempo, sin poder cambiar nada, sin avanzar, sin esperar. Ni las esperanzas me salvarían esta vez. La paciencia se había alejado dejando esos malditos silencios. Porque con el tiempo se aprende a esperar, pero también a dejar de esperar...






Anomalía

-Escribí de ti en mi cuaderno -me dijo Clara al oído
-¿Y se puede saber qué?
-De tus manos -señaló riendo.
-¿Y qué tienen mis manos?
-Son un poco inquietas.
Acerqué mis manos a mis ojos como si fueran la prueba definitiva de un crimen. Dije:
-No veo nada.
-No se ve, se siente...
-Bueno, qué quieres, tengo ganas de tocarte -confesé
Clara sonrió y alzó los hombros, como si el deseo que producía en mí fuera una anomalía irremediable