Con la cabeza echa un lío, acostada entre sábanas prolijamente estiradas, intenté dormirme, hasta que sentí voces del otro lado de mi puerta. Voces que me esforcé por reconocer mientras volvía en mí entre el sueño y el dolor en mi cuello. Tenía ganas de salir, de correr bajo la lluvia incesante que oía desde temprano, de comer helado hasta dejar de sentir mi lengua. Y de pronto el recuerdo, esos ojos, esas manos, ese maldito olor latente, esa sensación de tristeza, incertidumbre y desconsuelo que ahora se transformaban en fuerzas para levantarme un tanto mareada, tomar algunas prendas abrigadas, botas y salir, salir de la mano de esa voz tranquilizadora, apaciguadora, atrayente en todos los sentidos, en mis cinco sentidos.
Y ahora pienso un poco, me detengo, me observo. No me arrepiento, fueron pocos minutos, pero los necesarios para saber que los quiero para siempre, que los quiero míos, y que aquellos minutos que pensé eran los indicados y perfectos, deben quedar atrás, que los debo dejar atrás..
Y ahora pienso un poco, me detengo, me observo. No me arrepiento, fueron pocos minutos, pero los necesarios para saber que los quiero para siempre, que los quiero míos, y que aquellos minutos que pensé eran los indicados y perfectos, deben quedar atrás, que los debo dejar atrás..
