Mañana de hospital

Respiro agitada, nerviosa, las manos me tiemblan al igual que la mandíbula, no soy nadie para estar ahí. Lo ayudo con su chaqueta, los lentes, sus documentos y entonces me sostiene con ambas manos el rostro, y sin dejar de mirarme fijamente con esos ojos celestes, me dice gracias pequeñita.
Por años lo había idealizado, de tal manera que me parecía incluso inaccesible. Pero bastó un mínimo roce entre nuestros caminos, para estar de pronto entre las pocas personas cercanas que saben que esas manos dejaran de moverse en poco tiempo, y nada ni nadie podrá hacer algo para impedirlo..